Pasamos tres días en A Pampla este mes de diciembre y fue genial para hacer una pausa en el ajetreo del día a día. Por las noches hay un silencio absoluto, nada interrumpe el sueño. Y esa misma tranquilidad continúa durante el día. Desayunar frente a la ventana admirando un paisaje de postal, tomar una copa del vino de producción propia con el que nos obsequiaron Magdalena y Javi, pasar un rato leyendo, visitar su bodega... Totalmente recomendable.
Propietarios amables y cercanos (¡qué ricas las naranjas ecológicas!) con sus geniales compañeros peludos de cuatro patas, casa limpia y acogedora, ubicación inmejorable y alrededores llenos de sitios de interés. Un diez.